sábado, 22 de junio de 2013

Soledad multitudinaria ¿Qué soledad?


Es difícil en política, y más en tiempos convulsos,  lograr el equilibrio entre el legítimo derecho de un Gobierno elegido con una amplia mayoría absoluta a tomar las decisiones que estime conveniente,  y la necesidad encontrar puntos de acuerdo con otras formaciones para buscar soluciones en esta crisis.

Más difícil de entender es que, quienes se pasan el día pidiendo que los partidos nos sentemos a pactar, (principalmente a los dos grandes partidos) nos critiquen tras un acuerdo en el que sólo estamos dos.

En política y en periodismo, hay conceptos muy interpretables, pero hay otros que difícilmente pueden significar algo diferente su definición. La soledad es uno de ellos, y viene a cuento del reciente pacto acordado entre PP y PSOE para aunar esfuerzos en torno a una posición común que fortalezca a España en torno al próximo Consejo Europeo.

Este era un pacto reclamado por todos, formaciones políticas, medios y ciudadanos en general. Pero el hecho de que en un primer momento haya sido firmado (todavía está abierto a nuevas incorporaciones) por PP y PSOE no sólo ha sido criticado por quienes lo reclamaban, sino que han llegado a cuestionar la representatividad de quienes lo firmaban. Han dicho. “SE HAN QUEDADO SOLOS”. Comprobemos esa soledad:

El PP representa a 10.866.566 ciudadanos que nos votaron en noviembre de 2011. Esto supone el  44,6% de quienes votaron aquel día. Algo acompañados sí estábamos. Sigamos. Esos votos se tradujeron en 186 escaños, lo que supone el 53,14% de los 350 Diputados que se sientan el Congreso representando la soberanía popular.

El PSOE con 7 millones de votos (el 28,8% de los mismos) tiene 110 diputados, lo que supone el 31,4% de todos.

Que se hable de la soledad de un partido u otro, cuando representan  una mayoría amplia de ciudadanos es cuanto menos curioso. Pero… ¿y si se sientan a acordar un pacto? ¿A quienes representan?

Suman 296 de 350 diputados, es decir el 84,5% de la Cámara expresión de la voluntad popular. Por no hablar de los 17 millones de votantes, es decir, 3 de cada 4 españoles votaron por estas formaciones. No conozco soledad más multitudinaria en un acuerdo político en los últimos años.

Creo que los acuerdos entre los grandes partidos son buenos, no sólo por mejorar nuestra representatividad, sino por el bien común de España. Por el contrario, la ausencia de pactos (que algunos reclaman pero critican cuando se producen) tiene un triple efecto:
  • Enturbia más el clima social y político en nuestro país. Algo que en teoría nadie quiere.
  • Beneficia a quienes hacen antipolítica desde la política, y pretenden presentarse como salvapatrias y renovadores.
  • La calma, la tranquilidad, el acuerdo… no suelen ser notica, no abren titulares, ni venden más periódicos… Es la “tensión” como diría ZP lo que a veces nutre horas de radio y TV y rellena hojas de periódicos.


Al margen de la cercanía con que nos sientan los ciudadanos y del grado de desafección que exista (que yo no niego) negar la representatividad de las instituciones democrática y libremente elegidas es, en sí mismo negar la democracia. Hay quien está en ese juego y niega que vivíamos en una. Lamentablemente hay numerosos ejemplos de países que todavía hoy viven bajo la opresión, la dictadura y falsas democracias, y cuyos ciudadanos anhelan un modelo político que sólo tuviera la décima parte de nuestras libertades. Por eso deberíamos valorar más lo que tenemos, cuidarlo, y desde luego, en un ejercicio de miopía política y egoísmo interesado, no despreciar los acuerdos, pactos o puntos de encuentro que , quienes tenemos más responsabilidad que nadie (los grandes partidos que gobiernan, han gobernado y/o tienen opciones de hacerlo en el futuro) somos capaces de alcanzar.


Quedan días, y no habría nada mejor para los intereses de España que más partidos se sumaran a dicho acuerdo. Estamos a tiempo. Veremos qué actitud toma cada uno. Yo soy de los que piensan que un pacto per se, no tiene porqué ser bueno, pero un pacto que fortalezca una posición común ante el reto de la crisis en el marco de las instituciones europeas, es una gran noticia, un ejercicio de responsabilidad y, por encima de todo, un reclamo ciudadano que ambos partidos han sabido entender. 

miércoles, 5 de junio de 2013

Sobre la financiación pública de los partidos


En estos días se ha conocido quien será el sustituto de Alan Solomont al frente de la Embajada de EEUU en Madrid. Y al margen de cualquier otra consideración geopolítica, lo que está siendo noticiable es que el nominado James Costos,  es en la actualidad vicepresidente de HBO, una de las más importantes cadenas de televisión por cable y satélite, que, al igual que sucedió con Solomont, tuvo un importante papel en la recaudación de fondos para la campaña electoral de Obama. La cosa no queda ahí porque a Costos le une una especial relación con los Obama ya que su pareja, Michael Smith un conocido decorador,  fue a quien el matrimonio Obama encargó el diseño de interiores de la Casa Blanca.
No fue noticia ni sorprendía a nadie que Costos y Smith facilitaran en diversas ocasiones su exclusiva residencia en Los Ángeles y su ático en la mejor zona de Manhattan, en Nueva York, para la celebración de eventos destinados a captar dinero para la campaña de Obama.
No critico la elección de Obama, ni el sistema americano del que, creo, podríamos aprender muchas cosas. El americano, es un modelo de financiación de campañas que respeto pero que sobre todo es entendible y defendible en el contexto de la historia y la tradición de una democracia de más de 200 años. Una historia basada en el individualismo de los candidatos y en el pleno reconocimiento a los lobbys y grupos de presión como actores políticos de influencia, no sólo durante las campañas electorales.
Tras la masacre de Newton, una mayoría de ciudadanos se posicionó a favor de una mayor regulación de las armas en EEUU, pero esa mayoría ha ido menguando tras el shock inicial y ha coincidió con el rechazo del Senado a esa mayor regulación. El hecho de que la Asociación del Rifle haya contribuido a sufragar las campañas de la mayoría de senadores (demócratas y republicanos) que votaron en contra, no ha sorprendido a nadie.
La crisis económica, social y política que vive España y parte de la UE ha abierto un debate sobre los ajustes en el sector público llegando incluso a plantearse el final de este modelo de financiación pública de partidos. Yo no lo rechazo al 100%, pero me surgen innumerables dudas al respecto.
¿Estamos preparados para aceptar de la noche a la mañana un modelo como el americano? ¿No hubo suspicacias cuando parte del mundo del cine, regado con subvenciones públicas en los Gobiernos del PSOE, apoyaba las campañas de Zapatero y una de sus integrantes acabó de Ministra de Cultura? ¿Aceptaríamos que un Presidente de Gobierno nombrara Ministro de Sanidad a un empresario farmacéutico que hubiera hecho donativos a su partido? ¿Los nombramientos que hacen los Presidentes de USA responden al interés general o a devolver favores? Yo creo que responde a lo primero, aunque todo el mundo pensara que es a lo segundo. Allí la gente lo asume como algo normal, aquí sería carnaza para sesudos programas nocturnos de debate y la principal crítica sería la posible corrupción.
¡Ay la corrupción! Ningún modelo está a salvo de ella. Por desgracia en España sabemos de eso. Pero desde luego, el deberle algo a quien ha financiado tu campaña aleja más aún la defensa del interés general. De hecho sorprende el interés de algunos en vincular los donativos legales que reciben los partidos provenientes de particulares con favores concedidos, cuando esas donaciones en España no alcanzan el 10% de la financiación total de los mismos en el mayor de los casos.
Todos los Presidentes de EEUU han tenido que negociar y “trapichear” con congresistas de su propio partido para lograr el apoyo a proyectos vitales de su administración y en interés general del país. Pero este cabildeo no siempre ha estado ligado a la defensa del Congresista de los intereses propios de su distrito (lo cual podría ser loable) sino al choque de intereses con quienes han financiado parte de su campaña.
¿La solución? No hay varitas mágicas. Pero sin duda parte del debate quedaría apagado si la transparencia fuera aún mayor, así como los mecanismos de control de los partidos y de sus campañas. Al fin y al cabo hablamos del dinero de los ciudadanos que es entregado a los partidos que, como dice la Constitución, “expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política”. Los partidos no le deben (o no deberían deber) nada a ningún grupo de interés sino que les deben todo a los ciudadanos que con su voto libre e igual otorgan su confianza.
"Hace años me propuse conservar mi independencia y lo he conseguido. No debo nada a nadie, ni tengo más compromisos que con vosotros y los españoles". Esa es nuestra realidad, la realidad del Partido Popular en palabras de Mariano Rajoy en el último Congreso del Partido Popular. Una realidad que quizá algunos no entiendan o compartan y que sin duda explica el rumbo firme y determinante del Gobierno frente a algunas críticas más o menos interesadas por su escasa influencia en las decisiones del Gobierno con el 2º mayor respaldo de la democracia.
La Ley de Transparencia que ha impulsado el Gobierno del PP y ya en tramitación en el Congreso será sin duda una paso determinante y cualitativo. Una Ley en la que junto a la Casa Real, la Iglesia y todos los niveles de la Administración, se incluirá a los partidos políticos como sujetos obligados a esa transparencia en su funcionamiento y en sus cuentas.
En fin. Ahí está el debate. Y no debemos rehuirlo. Pero con rigor y seriedad. De sistemas de pura financiación privada de campañas se dice que el poder no reside en los partidos (¡oh que bendición! dirán algunos). La duda es si realmente el mal llamado “poder” residiría exclusivamente en los ciudadanos (como debe ser con y sin partidos) o está compartido  con grupos de interés, lobbys, grupos mediáticos y un largo etc.

Recordando el famoso discurso de Lincoln en Gettysburg de “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Quiero creer, quizá ingenuamente, que en estos 30 largos años de democracia, todos los partidos democráticos, con aciertos y errores, han trabajado al servicio de la gente, por la gente y para la gente. Un cambio de modelo en el sentido que nos ocupa ¿garantizará el mismo compromiso de quienes tiene un responsabilidad política y ostentan un cargo de representación?