viernes, 14 de septiembre de 2012

Mientras se enfría la primavera, calientan el otoño


Los ataques contra diversas Embajadas de EE.UU, incluyendo el asesinato de su Embajador en Libia y el incremento de las tensiones en Oriente Medio, parecen haber quitado la venda de los ojos a muchos bienpensantes occidentales (quizá yo debiera incluirme entre ellos). Aquellas movilizaciones y derrocamientos de regímenes entre otoño de 2010 y febrero de 2011 en Túnez, Siria, Libia, Yemen, Líbano o Egipto contaron con un prudente silencio de la UE y un cauteloso apoyo de EEUU. Parecía que era una oportunidad que no podíamos dejar escapar porque, en teoría, el espíritu de aquellas movilizaciones era una apertura hacia sistemas basados en la libertad, la convivencia y el respeto a los derechos humanos. Al menos eso era lo que nos decía, al menos eso era lo que millones de jóvenes pensaban en aquellos países. En lo que nadie reparó, parece, fue en las consecuencias de todo aquello si salía mal, en si iba a ser peor el remedio que la enfermedad y, sobre todo, quienes estaban realmente detrás (aparte del inocente y apasionado apoyo social) agitando esas revoluciones. Pasados dos años, nadie puede decir que occidente, a diferencia de otras ocasiones, haya entrado allí tratando de imponer nuestro modelo de civilización, sino que, más que nuca, se les ha dotado de los instrumentos para que en el ejercicio de su autonomía, pudieran construir nuevos sistemas políticos en los que imperara el Estado de Derecho y la Libertad. Y pasados dos años nos hemos despertado viendo como quienes ostentan el poder en algunos de esos países ejercen el poder de manera autoritaria sobre la base del islamismo más radical y como en otros ante la debilidad de sus autoridades, tribus y grupos organizados practican el terror, el chantaje y la amenaza. La pregunta obligada es si sus ciudadanos hoy tienen más derechos y viven mejor que hace dos años. Y la respuesta evidente, incluso para quienes más pudiéramos detestar esas dictaduras o esos regímenes más o menos autoritarios, es que no. Incluso parte de esa izquierda occidental que miraba con entusiasmo estos movimientos, reconoce que se han perdido los escasos avances que, incluso en esos regímenes, se habían producido. ¿Era el objetivo de tanto apoyo y entusiasmo dar el poder a los Hermanos Musulmanes?

Es innegable que aquellos movimientos, junto a una realidad nacional que no voy a negar, fueron fuente de inspiración para quienes impulsaron, fomentaron y apoyaron lo que aquí en España se denominó “Movimiento 15-M”. Sin duda un movimiento de esa magnitud debía ser escuchado y tenido en cuenta, pero a diferencia de la primavera árabe, aquí hubo quien trataba de deslegitimar un sistema político e institucional que precisamente allí servía de espejo para sus movilizaciones. Cientos de miles de personas en Oriente Medio se movilizaban ante los ojos de ciudadanos y medios europeos (españoles) buscando algo similar a lo que aquí dichos ciudadanos deslegitiman.

Desde que comenzaron esos movimientos en España siempre he mantenido la misma idea. Tenemos el mismo sistema (con ventajas e inconvenientes) que teníamos hace 10 o 15 años, cuando nadie se planteaba todo esto. El surgir de estos movimientos en España no se puede disociar de un agravamiento de nuestra crisis, incremento del paro, pérdida de calidad de vida y de oportunidades, e importantes riesgos de fractura social y desigualdades, y esos movimientos tampoco podían disociarse de la respuesta que el Gobierno de entonces dio a dicha crisis. Por lo tanto, el problema no era el sistema, sino el Gobierno. Y hubo quien aprovechó para, tratando de diluir sus propias responsabilidades o las responsabilidades de a quienes venían aplaudiendo y jaleando, alimentar ese mantra de que había un problema endémico en nuestro sistema, en nuestros políticos o en los partidos.

Pero no me interesa en este post analizar el origen del 15M, si son o no fundadas algunas de sus reivindicaciones, o tienen razón quienes creen que ciertos aspectos de nuestro modelo deben ser revisados. Sólo diré que aquel debate hoy sigue presente en la mente de quienes pertenecemos a un partido político, que nada es inmutable y que siempre es positivo revisar, hacer introspección y ver en qué nos hemos equivocado y cómo podemos mejorar, sobre todo para seguir gozando del mejor sistema político que España ha tenido en su historia y que ha proporcionado la mayor etapa de estabilidad y convivencia. Eso es una cosa, y deslegitimar el todo es otra.

Y es en eso en lo que gran parte de aquel movimiento ha degenerado.

La difícil situación económica por la que atraviesa España obliga a los gobernantes a tomar decisiones a veces muy duras, y son tan graves algunos de los problemas que afrontamos que es obligado, precisamente, revisar, algunos aspectos y parte de nuestra estructura, de nuestro sistema económico y social, para salir más fuertes de esta crisis y, como país, estemos mejor preparados para afrontar crisis futuras. Es en eso en lo que está el Gobierno de España, receptor de la peor herencia que un Gobierno democrático ha tenido en España, y determinado a tomar cuantas medidas sean necesarias para salir de la crisis, tratando de ser equitativos en los ajustes, intentando que nadie se quede tirado, y sentando las bases para una economía más fuerte que la que hoy tenemos.

Yo confío en que acierte, y la esencia de la democracia, de las democracias occidentales basadas en la representación política es esa. Podrán acertar o no, algunos confiamos y otros no, una gran mayoría les votamos y otros no, pero afortunadamente tenemos un sistema político que somete a los Gobiernos al control parlamentario y, sobre todo al control de los ciudadanos, que los ponen o quitan en el libre, repito, libre ejercicio de su derecho a elegir quienes quieren que les representen. Es decir, quienes legítimamente hoy representan a los ciudadanos dueños de la soberanía, son sus representantes en las Cortes, Parlamentos Autonómicos y Ayuntamientos. Y no es una creencia basada en valores sino que, mientras no se demuestre lo contrario, es la constatación empírica de una voluntad expresada en votos y cuantificada en representantes. Y por tanto, aun siendo tenidas en cuenta y respetadas, ninguna asamblea, expresión o manifestación espontánea o no, tiene más legitimidad que el voto de un ciudadano y las instituciones representativas consecuencia de ese voto.

Desafortunadamente hay quien no lo entiende, o quien lo entiende y no lo respeta. Lo lamentable es que haya quien entendiéndolo y no respetándolo, pretenda subvertirlo sobre falsos pretextos.

Aunque ese movimiento no goza de la fuerza y aceptación que en sus orígenes, parte del mismo sigue presente y se ha radicalizado. Y sin negar que se estén produciendo ajustes que afectan a la vida de las personas, las reformas de nuestro sistema impositivo, la reducción del gasto, los ajustes en servicios sociales no esenciales, pretenden utilizar esos ajustes como excusa para radicalizarse aún más. A la vuelta de la esquina tenemos lo que llaman “25S Ocupa el Congreso”. Es más de lo mismo pero ya sin caretas, alimentado y jaleado por aquellos que incitan a deslegitimar a los legítimos representantes de los ciudadanos. Últimamente parece que a algunos bienpensantes de la progresía española les ha entrado el vértigo porque a esa radicalidad protagonizada por extrema izquierda, se les están uniendo algunos sectores desde el extremo opuesto. Ellos tratan de diferenciarlo, pero es lo mismo.

Extremistas y radicales haciendo uso de las más elementales técnicas de populismo pretenden aprovecharse de un cierto descontento ciudadano (legítimo descontento) por la situación actual. Antisistemas que se llenan la boca hablando de democracia y pretenden acabar con el 100% de nuestro sistema elegido, este sí, de manera libre y democrática por los ciudadanos (no es una opinión, basta con leer sus manifiestos). Y altavoces mediáticos que repentinamente muestran una supuesta preocupación por la salud del sistema o por el estado del enfermo en pleno proceso de quimio, mientras callaban cuando no aplaudían, en los años en los que el paciente iba agravando la enfermedad.

Sin duda quienes tenemos responsabilidades políticas, partidos y gobiernos, anteriores y actuales, tenemos nuestra cuota de responsabilidad. No creo que nadie la niegue. Y si toca defender las bases de nuestra democracia, y hacer un esfuerzo pedagógico y explicativo de la actual situación, de las reformas y de las consecuencias de no llevarlas  a cabo, sin duda habrá que hacerlo. Pero flaco favor hacen a la democracia que dicen defender quienes, desde dentro o fuera de la política, promueven, justifican y apoyan movimientos carentes de legitmidad, que se esconden en el anonimato de las redes y que claramente tienen como objetivo acabar con la democracia que tanto costó conseguir a generaciones anteriores.

Vivimos en una democracia, que como se dice es el mejor sistema dentro de todos los imperfectos sistemas políticos. Pero es una democracia, real, consolidada, libre y basada en la ley. Algo, afortunadamente, muy diferente a lo que vemos en Oriente Medio. Ante la pretendida voluntad de algunos de calentar un otoño, bajo la excusa de legítimas protestas o descontentos por la situación económica y las medidas que el Gobierno se ve obligado a tomar, conviene no olvidarlo.

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